la pared amarilla
Estoy sentado frente al equipo de música. La tarde resbala sobre el muro amarillo, afuera, por la ventana. Los rumores de la calle me llegan apagados, se mezclan con el ruido sordo de la heladera. El ruido. Es el dueño del espacio, se desliza entre los libros dispersos en el piso, espanta las pelusas caprichosas que habitan los rincones.
¿Pongo a Bowie? Mejor no. Mejor busco una voz que me acaricie la mejilla. ¿K D Lang? No podría soportarlo.
Mis dedos juegan con la tapa de plástico del compacto. La abren, la cierran. Cruje un poco, como si gimiera entre las manos blandas. La superficie, lisa, limpia, me tienta. Deslizo la yema de los dedos. Le paso la uña, quiero herirla. Pero resiste. Apenas queda empañada un segundo, luego vuelve a su brillo indolente, ignorándome.
Un perfume ajeno me sorprende. ¿Serán las plantas vecinas, curiosas? ¿Será su presencia? Cierro los ojos, su cabello arremolinado masajea mi cuello, su mano se apoya levemente en mi hombro. Siento el aliento de su piel blanda casi rozando el vello tímido de mi brazo. Mis labios quieren abrirse, como balbuceando algo impreciso.
No puedo recordar sus ojos. Hago un esfuerzo y se desvanecen, se deshacen en la mancha de humedad de la pared, que me mira desafiante, mientras disuelve los contornos borrosos de su recuerdo.
La heladera hace silencio. Sólo percibo el ruido acompasado de mi respiración, que me raspa, lenta, por adentro. Veo cómo sube mi pecho, apenas, debajo de la camisa. Las aletas de mi nariz se abren también, acompasadas. El reflejo del sol se hace más tenue en la pared amarilla. El tiempo se escapa en la sombra y no me muevo, porque siento que no puedo hacer nada por detenerlo. Porque arañé otras veces la pared rugosa y ya no quiero sangrar. Y no escucho ninguna música. No quiero que la voz espesa se cuele adentro mío y se deslice, lastimando, por los muros quietos de mi conciencia, como líquido pegajoso en un cuenco de madera. No quiero que me raspe la garganta como el vino barato que pruebo a veces, cuando estoy solo, cuando no la tengo a ella.
del taller 2005