Thursday, September 28, 2006

ritual doméstico

como un hacha

entró en ella destrozando

aferrado a sus caderas

los ojos

espadas negras

fijos

sin verla

ella

lo recibió en todos sus rincones

sintió que el cuerpo se le astillaba

le clavó los ojos

desafiándolo a pasar el último límite

masticando el cuerpo tenso

con su propio cuerpo

sudor espeso

envolviendo

un solo gemido

eco de todas las culpas

epitafio

de amarguras

Friday, September 22, 2006

Co-incidentes


Mañana de invierno. Un colectivo de la línea 37. Tres personas. Cada una tiene un dedo en la boca. No se ven entre sí. Un hombre los observa, cuando levanta sus ojos del diario que lee.

Los gestos enlazan el destino, medita el hombre. Se detiene en la chica fucsia, que es baja, lleva una campera de joggin rosada, con tiras blancas que le recorren los brazos. Tiene jeans, botitas pequeñas y una mochila fucsia. Se mueve ligeramente al ritmo de Arjona que le transmiten los pequeños audífonos. Por momentos, sonríe, mientras se sostiene con una mano en el caño y lleva el borde de su dedo pulgar a la boca. Lo muerde y sigue sonriendo. El hombre cree leer los sueños de amor en la mente de la niña. Es fácil imaginarla, dulce, abrazando.


El chico blanco tiene ojos tristes, como si le resbalaran de costado. El cabello castaño le cubre la frente. Mira sin mirar a través del vidrio de la ventanilla. Mordisquea nervioso el borde de la uña del dedo índice, como si se le resistiera. Quiere llorar. No fue justo cómo lo echaron del trabajo, no fue justo el maltrato, el papelón delante de todos. Se los haría pagar. Se vengaría. La venganza le daría placer o, al menos, le haría sentir justicia. El hombre siente su energía iracunda.


El chico cool lleva una remera negra ajustada, tiene labios rojos carnosos y pelo corto, marrón, con algunas canas ocasionales, no tendrá más de 25 años. La piel clara enmarca unas mandíbulas marcadas y escucha el ipod con los pequeños auriculares blancos. El chico cool durmió poco, su novia bromeaba y lo provocaba, él nunca se había podido resistir. La había arrojado sobre la alfombra para penetrarla sin descanso, mientras ella le clavaba los dedos en la espalda y lo besaba salvajemente.


El chico cool se a
caricia el labio inferior con su pulgar, lo recorre. Y luego lo introduce en su boca, le pasa la lengua, lo mantiene un rato. La música sacude sus oídos y le recorre el cuerpo, con ritmo eléctrico, por adentro. Esta noche irá a jugar al fútbol y les contará las novedades a sus compañeros. Se excita al recordar, otra vez, los momentos.


El hombre recoge sus pensamientos como un jardinero. Vuelve la vista al diario y lee las noticias policiales
tres choques de colectivos, en la misma ciudad, con saldos de tragedia. De pronto, entiende. Las coincidencias enlazan el destino fatal. No llegarán, se dice, a cumplir sus sueños. ¿Qué puede hacer él para prevenirlos? Nada, apenas lo tomarán por un loco fantasioso. El colectivo es ahora una condena, un ataúd que los lleva a la muerte. Imagina el vértigo, los gritos de la gente. Debe bajarse antes de que su propio destino se una al de ellos. Empuja a la gente para llegar a la puerta y pulsa el timbre cuando casi está pasando la parada. El colectivero aprieta los frenos. Abre la puerta.

El hombre baja aliviado, salta hacia el cordón de la vereda y mira hacia atrás al colectivo de la condena. En su distracción, no alcanza a ver al auto que se cruza. Y no frena.

Saturday, September 09, 2006

fragmento de mi texto teatral


ALEJANDRO: Ya no sé si llegaré a algún lado. Y tengo tantas cosas que hacer.

NICOLÁS: Yo tampoco sé.

ALEJANDRO: Siento una molestia, como un nudo en el estómago. Como si tuviera miedo.

NICOLÁS: ¿Y si esta fuera la última noche?

ALEJANDRO: Hablás como si te fueras a morir.

NICOLÁS: Tal vez la muerte ya llegó, y el final es como ver los restos de lo que quisiste ser

LA MUJER: Hace mucho calor, cuando den la luz, todo parecerá un mal sueño. Relájense.

ALEJANDRO: Tenés razón.

NICOLÁS: Tal vez podamos dormir.

ALEJANDRO: Sí, vamos a dormir.

(fragmento de la presentación de mi texto del taller de Marcelo, que todavía resuena... gracias a todos, en especial a Guillermina, Pablo y Gualberto)